La historia de Sadiq

Italia
noviembre 2016

Sadiq tiene 16 años y es de Somalia. En el momento en que contó esta historia (noviembre de 2016) vivía en Syracusa, Sicilia, Italia.

Yo vengo de una pequeña aldea en Somalia, cerca de la frontera somalí. Vivía ahí con mi mamá, mi papá, mis hermanos y mis hermanas. Soy el de en medio. Vivíamos todos juntos en una típica casa somalí como las de sus fotos. Fui a la escuela cuando era muy pequeño, a los 5 años. Antes de que empezaran los enfrentamientos y me fuera de ahí, mi padre trabajaba recogiendo alimentos de un almacén y vendiéndolos en el mercado. Mi madre se quedaba en casa.

Tenía siete años cuando empezaron los combates entre dos grupos armados que se enfrentaban en las calles.  Dos aldeas peleaban mutuamente, hubo enfrentamientos por todo el lugar donde mi padre trabajaba porque ahí había mucha comida. Mi casa fue bombardeada y tuvimos que dejarla para irnos a otro lugar. Cuando empezó el combate, mis dos hermanos huyeron de ahí y hasta hoy nadie sabe nada de ellos.  No sabemos dónde están.

Entonces, cuando estos ataques empezaron, padre, madre,  hermanas y yo nos fuimos a otra aldea. Pero había enfrentamientos todos los días, mi padre fue asesinado, creo que estaba en su lugar de trabajo. Fue por los enfrentamientos que tuve que correr. Estuve huyendo, pero como era muy pequeñito no sabía a dónde ir, así que seguí a unas personas y logré llegar a Jijiga, Etiopía.

Pero cuando llegué ahí no sabía dónde dormir ni dónde obtener comida, así que anduve por ahí buscando algún sitio en la calle. La gente me dio comida. Un mes después, algunas personas me dijeron que necesitan boleros de zapatos (limpiabotas). Vi a un hombre con carro y le dije quiero ayudar, y el hombre dijo está bien,  me dio agua para lavarle el carro, me dio algo de dinero y fui a una tienda a comprar las cosas para lustrar zapatos.

Cuando la gente ha visto lo que yo he visto…, eso te hace más viejo de lo que eres. Como era muy pequeño y no tenía ni madre ni padre tuve que ser mi propia madre y padre. Hubo gente que me ayudó y me dio comida, y encontré la manera de arreglármelas por mi cuenta. Hice que las cosas funcionaran. Me levantaba a las 6. Hubo gente que me daba de desayunar, gente somalí, lo que hubiera.  Iba al mercado a buscar quién pudiera ayudarme. Así que todos los días estaba en el mercado limpiando zapatos y lavando carros todo el día. Dormí en la calle durante casi un año, todos los días, donde encontraba un rincón ahí dormía.

Un día, cuando tenía ocho años, me enfermé. Hallé la manera de hablarle a mi madre. Y en aquel entonces, en año nuevo, encontré un lugar con otros cuatro somalíes y  pagué para dormir ahí. Y encontré a una mujer que hacía café, y le ayudé. Limpié todo y esa mujer me dio dinero por ello. Y limpié zapatos y lavé carros y guardé todo el dinero de la limpieza. Ahorré todo lo que pude y gasté sólo un poco en comida y casa. Hice lo mismo un año más,  hasta que cumplí nueve.

Después tomé de ese dinero. Pude comprar ropa y hacerme de una casa yo solo. No tengo padre o madre así que tengo que pensar en la vida. Trabajé en lo mismo por otro año más. Cuando cumplí 10, llegó mi tía. Ella vino a saludarme y a preguntarme cómo estaba. Le dije que tenía casa y trabajo y ella fue a mi casa esa noche. Le pregunté por mi madre y me dijo que ella estaba bien.

…Pero sobre tus dos hermanos, nadie sabe qué les pasó. Tu casa y todo en la aldea desapareció. No quedó nada. Tu madre y tu hermana están viviendo en otra aldea, con otras personas.

En aquel momento no pude hacer nada por ellos. Estaba pensando qué podía hacer y entonces llegaron a Jijiga tres chicos de Somalia. Ellos querían irse a Europa. Les dije: esperen, quédense aquí, hagan lo que yo hice, encuentren trabajo aquí.

Los ayudé. Les enseñé a trabajar como yo y los dejé vivir en mi casa. No les cobré porque sé lo que se siente estar en su situación. Si hubiera tenido algo más que darles se los hubiera dado. En ese entonces yo tenía tres trabajos, los compartí con ellos para qué vieran cómo se trabaja. Estoy feliz de haberlos ayudado. Ellos tenían dieciséis, quince, y diez años. Mi tía nos cocinaba, vivía con nosotros en la casa, la limpiaba y nosotros le ayudábamos. No jugaba. Ni siquiera pensaba en jugar, sólo pensaba en cómo trabajar y en cómo conseguir comida. Olvidé lo que es jugar.

La mujer para quien trabajé, ella confió en mí y me dio otro trabajo en el mercado. Empacaba té, café y especias en bolsas de plástico y las colgaba para venderlas en el mercado. Lo mismo con chiles y pimientos. Se empacan, se cuelgan y la gente los compra, también azúcar. Así que ayudaba a esta mujer con su puesto en el mercado. Luego ella me mandó a otro mercado y abrió un restaurante donde trabajé cortando verduras y limpiando cuando la gente se iba. Me levantaba temprano para limpiar y dejar todo listo. Trabajé ahí por un largo tiempo: dos años.

Cuando tenía 12, ella me llevó a un gran supermercado y arreglé cosas para ella. Aquellos chicos se encargaban de mis otros trabajos. Pero en mis últimos cinco meses en Jijiga mi madre me llamaba. Había muchos problemas con la gente de Al Shabab. Todo el mundo sabía lo qué sucedía porque todos les contaban a todos lo que pasaba. Por ejemplo, uno de mis primos mató a un hombre, luego de eso otro hombre llegó y dijo: Yo te vi matar a este familiar mío. En ese entonces se mataban unos a otros y había más y más peleas, mi madre me llamó para decirme: Ellos quieren matarte. Te están buscando.

Todos nos conocíamos. Yo pertenecía a la familia del que mató a un hombre. La gente que me buscaba era de esos que se matan unos a los otros. Así que dejé de trabajar. Pensé: ¿qué debo hacer? No salía. Me quedaba en la casa. Salí algunas veces pero por un corto tiempo porque tenía miedo de que me encontraran. Y si la gente de Al Shabab me encontraba también me mataría. Ellos decían: si no trabajas para nosotros te vamos a matar.

Y no sólo la gente de Al Shabab, había muchos otros grupos. Así que me quedé en la casa, pensando qué hacer. Les conté a mis amigos lo que me pasaba y les dije qué no sabía qué hacer.  Entonces ellos dijeron: está bien, nos vamos juntos a Europa. Ellos me ayudaron porque yo los ayudé. Tenía algo de dinero porque le daba a mi tía lo que ganaba para que me lo guardara.  Y mis amigos trabajaban también, así que ellos pagaron por mí sin ningún problema. Entonces nos fuimos a Harar, dormimos una noche ahí y luego tomamos un carro para ir a Addis Adaba.

He estado siete años sin mi madre y sin mis hermanas. Llamé a mi mamá para decirle que estaba en Addis. Ella oró por mí y me dijo: Dios te ayudará, no estoy feliz de que te alejes de mí pero es lo mejor. Yo le dije: No te preocupes, sólo reza por mí.

Me quedé en Addis con mis amigos y nos fuimos de noche en autobús a Gondar, donde estuvimos un día.  Hallamos a algunas personas que nos ayudaron, como no queríamos que la policía nos viera y nos atrapara, dormimos esa noche ahí, nos levantamos muy temprano y preguntamos dónde salía el autobús para Metema, en la frontera de Etiopía con Sudán. Cuando llegamos allá nos bajamos del autobús y caminamos hasta entrar a Sudán, porque si tomábamos un carro la policía nos detendría. Así que dormimos una noche ahí y encontramos un carro hacia algún sitio antes  de Khartoum. Después de caminar durante cuatro días preguntamos qué tan lejos estaba Khartoum y nos dijeron que a ochenta kilómetros a pie. Encontramos gente buena que nos llevó. Ellos nos preguntaron: ¿de dónde son?  Les dijimos que eramos somalíes.

Llegamos a Khartoum y nos quedamos tres noches en una casa vacía en la que no vivía nadie. Luego nos encontramos a un hombre sudanés y le dijimos: vamos a Libia. Él preguntó: ¿Son somalíes? Nosotros respondimos: . Él dijo: Los ayudaré pero deben saber que hay enfrentamientos en Libia. Voy a ir en carro cerca de Libia.

Había un hombre sudanés y un hombre libanés, trabajaban juntos. El sudanés le pidió al libanés que nos ayudara. Le dijo: vienen de un país en conflicto y con muchos problemas. El hombre libanés nos dijo: Está bien, puedo ayudarlos pero en Libia no puedo hacer nada por ustedes. Le dijimos: No hay problema, sólo llévanos. Y así fue que llegamos a Libia. Nos tomó una semana por el Sahara.

Durante un mes nos estuvimos quedando en muchas casas vacías. Algunos árabes nos ayudaron. Descubrimos que estábamos en la capital, no sabíamos ni en dónde estábamos ni a dónde íbamos. Encontramos un carro y pedimos ayuda. El hombre del carro dijo: los llevaré a Sabratha, no a Tripoli. Entonces le dijimos: está bien, y él nos llevó y nos quedamos dos noches y luego encontramos a otro hombre que nos preguntó: ¿a dónde van?

Le dijimos: queremos ir a Europa, y él nos dijo: está bien. Pero nos secuestró. Nos llevó a una casa en la que había cuarenta personas. El hombre quería nuestro dinero. Le dijimos:  no tenemos dinero. No tenemos a nadie a quién enviar dinero. Y él dijo: si no tienen dinero los mataré. Entonces nosotros le dijimos: no tenemos dinero así que mátanos. Yo estuve ahí ocho meses. Todos ellos eran somalíes, cuarenta personas. El árabe dijo: este país es mi país. ¿Por qué ustedes dejaron el suyo? Yo puedo hacer lo que quiera con ustedes, denme $400. Yo le dije otra vez: No tengo dinero, qué puedo hacer, así que si quieres matarme mátame.

Nos trajeron comida en la mañana. Comida no, pan y agua. No volvieron hasta la tarde. No había lugar para ir al baño, ningún sitio donde cagar, nada, era como una prisión. Este hombre tenía un teléfono. Él dijo: llama a tu familia para que te mande dinero. Al llamar te  golpeaban para que tu familia supiera que la estabas pasando muy mal. Pero yo no tenía a nadie, no tenía ningún número de teléfono, así que nunca llamé a nadie.  Me golpearon durante un año y yo nunca llamé a nadie. Me presionaban todo el tiempo. Tenía un número y llamé pero nunca me mandaron dinero. Así que después de llamar pensé que mi vida terminaría ahí mismo si no me escapaba de ese cuarto.  Entonces le dije a esa gente: hasta aquí llegó mi vida.  Y luego las condiciones cambiaron y sólo nos daban pan y agua una vez al día. Yo seguí llamando a la mujer, ella buscó a mi madre y habló con ella. Mi madre fue a la ciudad a mendigar dinero. Ella mendigaba y lloraba diciendo: mi hijo se muere en Libia, y ella consiguió una pequeña cantidad de dinero y me la envió.

Entonces ellos me echaron pues estaban preocupados, pensaban que yo podría morir en Libia porque estaba muy enfermo.  Me llevaron a la orilla del mar, me mandaron con algunas personas con bote. Ellos dijeron: no queremos que te mueras en Libia. Aquí no queremos este niño moribundo. Me pusieron en el bote. El hombre del bote llamó a su jefe diciéndole: aquí hay un niño somalí que morirá hoy o mañana. Entonces el jefe dijo: si se va a morir hoy o mañana tírenlo del bote. Que se muera en el mar.  Aguanté en el bote dos días. No había espacio para sentarse. No había comida, por eso no me daban ganas de cagar ni de mear. Dios es maravilloso.

Dos de esos niños llegaron a Europa. Uno huyó. Está en Libia. Lo dejamos ahí porque lo perdimos.

Han pasado dos años desde que tuve que irme de Jijiga. Pasé un año en Libia y llevo ocho meses en Italia. Desde pequeño he visto muchas cosas malas. Me gustaría ser ingeniero mecánico, o doctor.  Así puedo ir a ayudar a la gente en Somalia.

Antes de llegar aquí, nunca pensé que estaría en Italia. No quería quedarme. Ahora estoy aquí porque estoy enfermo. Ellos me trajeron al hospital y me pusieron aquí, ahora voy a la escuela y está bien. Aquí tengo paz… pero luego… Todo el tiempo estoy pensando en cómo ayudar a mi familia. No todo es como parece ser. Me veo bien pero no estoy bien. Tengo casa, comida, un lugar donde dormir, pero mi familia no tiene comida; y si me voy a Suiza o a Alemania puedo mandar dinero. Puedo hacer algo si me voy a Alemania. Uno de mis amigos está en Alemania. Le dan 300 euros y va a la escuela y puede mandar dinero a su familia. Aquí, si alguien es un refugiado, sólo te dan poco. Es por eso que pienso en irme.

 

Fotos de la zona de Jijiga, 8/2007,  por Lynne Jones

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