Yonas tiene 17 años y es de Eritrea, me contó su historia en noviembre de 2017 cuando estaba en Calais.
Soy de Eritrea, vivía ahí con mi familia. Cuando era pequeño el salario de mi padre era muy bajo, tan bajo que no alcanzaba para mantener a una familia. Yo pude asistir a la escuela porque unos parientes nuestros de Canadá nos mandaban dinero. Me encantaba la escuela, era muy bueno en Historia.
Mi padre peleó a lado de Isaías por la liberación, después de la liberación fue soldado pero luego fue encarcelado. Él ahora está libre. Mi tía es protestante. La policía venía siempre a hablar con ella y un día, cuando yo estaba en la escuela, se la llevaron. Les pregunté a los vecinos qué había pasado y ellos me dijeron:
…Se la llevaron las fuerzas de seguridad. Debes escapar o te encontrarán y a ti también te arrestarán, ¡huye!
Ellos me ayudaron, me escondieron antes de que me fuera. La iglesia protestante no es admitida en Eritrea, está oficialmente prohibida. Mi tía profesaba en secreto. Religiones como la ortodoxa, la católica y la musulmana son permitidas, pero otras no. Ella trabajaba en el hospital, aquel día los doctores y las enfermeras también fueron tomados prisioneros. Las fuerzas de seguridad los tenían bien identificados. No soy protestante porque mis padres son ortodoxos.
En octubre de 2014 escapé a Etiopía. Fue difícil salir de Eritrea porque los soldados custodiaban la frontera muy de cerca. Es difícil pedir ayuda cuando vives temeroso de todos. Aunque no intentes escapar, pueden encarcelarte sólo por parecer que lo estás pensando. Me salí de noche con cinco personas más. Cuando llegamos a la frontera no resultó. Los soldados nos vieron y empezaron a dispararnos. Uno de los chicos –quien perdió a su padre en la Guerra- se rindió. Otros dos se echaron a correr y uno de ellos fue herido. El quinto chico y yo corrimos en otra dirección y escapamos. Los etíopes estaban observándonos con sus telescopios. Nos esperaron y cuando nos acercamos nos permitieron entrar. Nos llevaron a un campo para refugiados. Era un campo nuevo. Me quedé ahí 6 meses. Si eres de Eritrea puedes aprender y quedarte en Etiopía. Me quedé en Addis otros 6 meses porque quería encontrar la forma de salir legalmente. Había una escuela en el campo pero no me interesó. Yo y otros eritreos veíamos a Etiopía como un país de paso, no como un lugar para quedarse puesto que no tiene nada que ofrecer. Ni siquiera para su propia gente hay oportunidades. Y como yo no quería desperdiciar mi juventud ahí traté de irme de una forma legal. Decidí cruzar Sudán para llegar a Europa. Me fui a Sudán con los bolsillos vacíos. Tienes que pagarles a los traficantes de personas, te llevan al desierto y te mantienen ahí hasta que pagues, sólo así te llevan a Khartoum. Les pedí dinero a mis familiares y me dieron 1600 dólares.
Me quedé en Khartoum durante 9 meses. Traté de trabajar –trabajo con metales- y aprendí árabe. Me pagaban lo suficiente. El hombre que me dio trabajo me trató como a un hijo. Los sudaneses son buenos, especialmente aquel hombre. El dinero era suficiente para los gastos diarios: ropa, renta, comida, pero no alcanzaba para viajes. Todavía estaba buscando el modo de salir legalmente. Acudí a la ACNUR (en inglés UNHCR, United Nations High Commissioner for Refugees), pero no pudieron ayudarme. Busqué un padrino en Canadá, pero sin éxito. Estuve esperando que mis parientes me enviaran una carta invitación, pero nunca se dio. Algo inesperado pasó. La policía empezó a capturar eritreos y enviarlos de regreso a Eritrea. Si me hubiera quedado ahí más tiempo me hubieran encarcelado o enviado de vuelta. Así que tuve que tomar una decisión y pensé: Regresar a Eritrea, es la muerte. Te ponen bajo tierra. Nadie te ve. Nadie te alimenta. Estás con 40 personas en un cuarto. Pero, por otro lado, al viajar puedes morir en el Sahara, pero al menos tienes una ventanita de esperanza, una pequeña posibilidad de sobrevivir. Me decidí por viajar.
Decidí irme con los traficantes de personas. No tenía dinero. Pensé en que lo reuniría y se los daría; pero si no, entonces les daría un riñón. Conocí gente que cruzó el Sinaí. Los traficantes les dijeron:
… Si no tienes dinero te quitaremos tu riñón.
Sólo cruzar la frontera me tomó 21 días. En la frontera Sudán/Libia había una situación especial: el gobierno Reino Unido/Estados Unidos le había pagado al gobierno sudanés para proteger la frontera de los terroristas y estaba patrullada con helicópteros, así que tuvimos que retroceder y usar un paso fronterizo diferente. Después de 8 días en el desierto intentamos cruzar a Egipto. Había 204 de nosotros en 2 camiones. Los traficantes estaban esperándonos en vagones de tren y nos dividieron. Uno de esos vagones fue capturado por la policía o por bandidos, no lo sé, pero escapamos y llegamos a Libia. Todavía no sé qué pasó con aquellos que fueron capturados. Nos fuimos al Mediterráneo. Les dijeron a los que nos transportaban que debíamos permanecer un mes en el área de la costa porque ISIS estaba bloqueando la calle y gente de Mali y Nigeria habían sido asesinados en esa zona. Sólo comíamos macarrones, un plato entre 10 personas y dormíamos en tapetes. Llegó el día en que nos pidieron dinero. Llamé a mi familia en Canadá y de algún modo ellos me hicieron llegar el dinero. Así fue como cruzamos el Sahara. 250 metros más lejos había otro campo de migrantes. Los habían golpeado, se veía que en verdad sufrían. Nuestro jefe estaba en comunicación con el jefe principal de Trípoli, un eritreo. Él dijo: trae 100. Esas 100 personas llegaron a salvo a Trípoli, y cuando arribaron allá el jefe pidió otras 100. Fue así que viajamos.
**Era un día festivo para los musulmanes, el día «Eid-al-Fitr» (fiesta de la ruptura del ayuno). Nos retuvieron por cinco días, cuando les preguntamos:
…¿Por qué nos retienen?
Ellos respondieron:
…Vendremos mañana.
El lugar era una prisión de la Mafia. Nos tuvieron en un pequeño cuarto, estaba tan saturado que sólo podías mantenerte en una misma posición; sólo había un baño y siempre había cola. Nos pidieron 5000 dólares más. Te golpeaban si cruzabas por tu cuenta o, si usabas un cruce, te pateaban. La primera noche nos pidieron ¡8000 dólares! Como 35 personas escaparon brincando la cerca y llegaron a Trípoli caminando 71 kilómetros. Pero los traficantes los siguieron y capturaron a 5 de ellos. Los trajeron de regreso, los golpearon y los pusieron en un contenedor especial, una prisión dentro de otra prisión. Los alimentaban una vez al día. Ahí sólo había lugar suficiente para sostenerte en un pie como pudimos ver cuando abrían la puerta para golpearlos y alimentarlos.
Después de esto trajeron un gran camión e hicieron que nos quedáramos adentro. El camión tenía una especie de capas, tuvimos que dormir ahí. Éramos 400. No había baño, así que teníamos que cagar ahí en el lugar. Mujeres, hombres, daba igual. Estuvimos ahí dos semanas. Cuando se dieron cuenta de que no podíamos pagar hicieron un trato con otros intermediarios. Nos vendieron. Nos llevaron de vuelta a Sudán en un viaje que nos tomó 5 días.
Los nuevos intermediarios pidieron ¡7000 dólares! Entonces uno de ellos, el que nos había enviado de Sudán, dijo:
…¿Por qué hacen esto? ¡No son buenas personas! ¡Si quieren trabajar conmigo otra vez no pidan tanto!
El que pagaba era transferido. Pero yo estaba en el grupo de los que no podían pagar. Estábamos en un mal lugar. En dos semanas murieron seis somalíes. Sólo nos permitían llamar para pedir dinero y podíamos desperdiciar sólo una llamada. También murió un etíope. Entre esa gente había un habesha y un libio de buen corazón que se sintió mal cuando murió el etíope. Así que a pesar de que no podíamos pagarles, ellos nos llevaron y nos dejaron quedarnos con las personas que sí habían pagado. Ese era un mejor lugar. Podías acostarte y te daban de comer dos veces al día. Para entonces yo estaba muy enfermo. Todo mi cuerpo estaba hinchado. Al poco tiempo mis familiares canadienses me enviaron dinero y pagué. Pagué 5500 dólares. Hay personas que pagan 12000 dólares.
Aun así tuve que esperar cuatro meses más. En abril, nueve meses después de haber llegado a Libia, tuve la oportunidad de cruzar el Mediterráneo. Pero un mes después de que me fui, dejaron Libia como 800 personas. Algunos de ellos estuvieron sufriendo aquellos nueve meses conmigo y luego pagaron… El 24 de mayo ¡más de 230 personas murieron! Conocí a muchas de ellas. Ahora cuando escucho que alguien muere me es indiferente, ¿comprendes?
Nos pusieron en un bote de tres cubiertas. Creo que había 1000 de nosotros. Dos cubiertas estaban bajo la línea de flotación y otra por encima. Había gente de Comoros, Somalia, Eritrea, Etiopía, Bangladesh, Siria, Sudán… Estuvimos ocho horas en el mar. Yo estaba al fondo de la cubierta abajo de la línea de flotación. Había una ventana arriba de mí. Entonces pasaba todo el tiempo pensando: ¿Cómo podré escapar si algo sucede? Cuando finalmente nos acercamos a la costa de Italia unos guardacostas nos ofrecieron chalecos salvavidas. Fue un caos porque los somalíes estaban corriendo y el bote comenzó a balancearse, ¡y todo porque la gente estaba repartiéndose chalecos salvavidas! La gente empezó a saltar al agua sin los chalecos salvavidas. Yo también. Regresamos al bote cuando se estabilizó y continuamos el viaje a Italia en el bote de los traficantes de personas. Antes de llegar a Sicilia nos pasaron a un barco grande.
En cuanto nos bajamos del barco nos tomaron las huellas y nos pusieron en un campo para menores de edad en Catania. Eso estuvo bien. Me quedé 10 días ahí. Pero desde niño había soñado con Inglaterra. Mis amigos siempre hablaban de eso. Tomé el tren a Ventimiglia y crucé las montañas en grupo, todavía estaba en él un amigo de Libia. Ambos lo logramos al primer intento.
En Paris y en otros lugares, los eritreos nos decían: ¡NO vayan a Calais!, por la policía y todo eso. Pero cuatro de nosotros decidimos venir. Sí, sabíamos que es malo pero queríamos intentarlo. En los campamentos escuchas sobre a dónde ir, cómo ir… En los primeros 10 días que estuvimos aquí dos de nuestro grupo lograron entrar al Reino Unido. Estamos en contacto con ellos por teléfono.
La cosa es que como éramos nuevos, no teníamos miedo. Un camión entró al estacionamiento y abrió la puerta trasera. Estaba vacío y ellos sólo brincaron adentro. Yo estaba un poco lejos y no pude hacerlo. No les tocó revisión. Cuando llegaron a Londres tocaron y el chofer los dejó salir. Él estaba realmente enojado y les gritó pero ellos salieron corriendo. Fueron a la policía y pidieron asilo y ahora su asilo está en proceso; mientras tanto tienen un lugar para vivir en Birmingham. Ellos tienen 18 y 19 años.
En los últimos cinco meses, lo he intentado todos los días. Somos golpeados todo el tiempo si no hay gente blanca alrededor. Nos pegan y nos arrojan gas pimienta. No lo hacen si hay extranjeros alrededor, pero de lo contrario te quitan el bolso de dormir y te arrojan gas pimienta. Pero como en ese entonces me enfermé, el Hermano Johannes me dio refugió aquí.
Si hubiera paz en Eritrea yo regresaría. Extraño a mis amigos. Extraño la vida social. Extraño la escuela.